miércoles, 2 de diciembre de 2015

Este es el texto completo que aparece en el desplegable sobre la exposición. Fue escrito hace un año por su hermano Luis y publicado en la edición digital de La Verdad de Murcia.


ELOGIO DEL DIBUJANTE


Desde los seis años sentí el impulso de dibujar las formas de las cosas. Hacia los cincuenta, expuse una colección de dibujos, pero nada de lo ejecutado antes de los setenta me satisface. Sólo a los setenta y tres años pude intuir, siquiera aproximadamente, la verdadera forma y naturaleza de las aves, peces y plantas. Por consiguiente, a los ochenta habré hecho grandes progresos; a los noventa habré penetrado en la esencia de todas las cosas; a los cien habré seguramente ascendido a un estado más alto, indescriptible, y si llego a los ciento diez años, todo, cada punto y cada línea vivirá. Invito a quienes vivirán como yo a verificar si cumplo estas promesas. Escrito a la edad de setenta y cinco años, por mí, antes Hokusai, ahora llamado Huakiyo-Royi, el viejo enloquecido por el dibujo.

Este texto, atribuido al célebre pintor y grabador japonés Hokusai (s. XVIII-XIX), autor de La gran ola de Kanagawa, uno de los dibujos más reproducidos en la historia del arte, trasluce una actitud y una manera de entender el arte y la vida prácticamente desaparecidas, o extremadamente minoritaria en nuestros días.

Hoy, la búsqueda de resultados a toda costa es una máxima inapelable, por encima de actitudes y comportamientos, de procesos y de aprendizajes;
se ningunea al maestro como nunca antes se había hecho, y se devalúa a conciencia cualquier atisbo de excelencia, intentando así igualarnos todos por abajo, en ese mar de conformismo y mediocridad que todo lo impregna.

Hemos conseguido lo que algún avezado ilustrado pretendió hace unos siglos, y es que por fin todos seamos artistas. Son artistas los inumerables intérpretes de música ligera y hasta los monologuistas, y construimos onerosos auditorios donde puedan mostrar su arte; son artistas los cocineros con sus deconstrucciones y hasta los cortadores de jamón; son artistas los diseñadores de moda antes modistos, los masajistas tántricos, los artesanos ocurrentes y, por supuesto, la inmensa marea de fotógrafos con sus dispositivos móviles y sus filtros del Photoshop. Todos se consideran o consideramos artistas, todos, curiosamente, menos los escritores, pintores y dibujantes que siguen prefiriendo, pasmosamente, que se les siga llamando según su oficio.

Tanta gente tan creativa, tanto adorno de la corte, a menudo nos acaba saturando y gastando la vida, pues acaparan los medios de comunicación, acaparan atenciones, visibilidad social, subvenciones, favores, etc, y son lastimosamente ruidosos, pues la mediocridad se retroalimenta básicamente del atrevimiento de su ignorancia, y de su propio ruido.

Gente que te gasta la vida y no te la ensancha, escribía Gómez de la Serna.

Pero afortunadamente también hay y ha habido unos pocos que siguen repasando el universo con el dedo, y te lo muestran y te lo ensanchan. Son aquellos que siempre se bastaron con los medios más someros para explicarse y explicarnos el mundo. Lo llevan haciendo desde Altamira, y responden a una necesidad genéticamente humana de entender y hacer entender lo que somos y el lugar en el que estamos.

Hay gente que te gasta o te reduce la vida, y hay gente que te la ensancha.
Mi hermano Isidoro, dibujante de Cartagena, ilustrador, era de los que te ensanchaban la vida. Para él, mirar, reconocer, descubrir, dibujar, era casi tanto como para otros pueda ser una oración. Dibujaba con una actitud y una paciencia casi franciscana, apartado del insoportable ruido mediático y de la compulsiva búsqueda de visibilidad social del artisteo habitual en estos tiempos.

Para la mayoría de la gente, dibujar es una actividad más o menos creativa; Pero dibujar, saberte dibujante, es algo más, es una forma de ser y de estar en el mundo, y no hay lecciones para eso. No hay capítulos dosificados ni valoración académica. A dibujar, y sobre todo a ser dibujante, se aprende por imitación, como los monos, o por ejemplaridad como los humanos y cómo no, se aprende también, como yo aprendí junto a él, por pura proximidad y cercanía.

No, no es una cuestión de habilidad manual. Es la mente la que mira, descubre, capta, selecciona y valora, la que dibuja en definitiva. La habilidad manual y técnica se puede aprender, entrenar; pero el reconocerse como dibujantes sólo se transmite, como llevan siglos haciendo los buenos maestros.

Para entender mejor esto contaré una anécdota. Teníamos que hacer un proyecto y esta vez me tocó hacer los dibujos de unas calles aún sólo proyectadas. Entonces no había ordenadores. Isi, me repetía una y otra vez: tienes que hacer que huelan a bocadillo de calamares, ese calle dibujada tiene que oler a calamares. Era su manera de decirme que quería calles rebosantes de vida, de pequeños acontecimientos, capaces de regenerarse permanentemente en base a múltiples y muy diversas relaciones, tal y como él concebía también el urbanismo.

Pero ¿Dónde se aprende a dibujar ese algo que va más allá de las formas? ¿Cómo se dibuja el olor a calamares? ¿Cómo se dibuja el aire? ¿Cómo se dibujan los pensamientos de una mirada perdida...?

Insisto, no hay lecciones para eso. De todos los sitios donde me formé, sólo junto a él pude aprender a dibujar el olor a calamares, el aire y los pensamientos ocultos de unas miradas perdidas Durante toda mi vida, su opinión fue la opinión del maestro, la primera y más importante para mi.

Plus de Maître!!. ¡Más maestros!  Esta frase estaba escrita en la pared de La Sorbona, en mayo del 68. Él debía tener 19 años. Desde entonces nos hemos pasado la vida reclamando más maestros, porque sabemos que hoy los buenos maestros son incluso más escasos que los artistas virtuosos o los sabioscomo bien dice Steiner.

En esta sociedad del espectáculo, de las grandes superficies y de los polígonos comerciales, que ha establecido el consumo, el confort y la asepsia como bienes supremos ¿Quién puede querer que el dibujo de una calle proyectada para ser vitalista, compartida y bulliciosa huela a calamares? ¿Quién sigue creyendo en la diversidad o el mestizaje como parte innegociable de su sistema de valores?

Somos de una estirpe de dibujantes que tiene sus días contados. Somos de los de antes del ordenador, de los de antes del botón mágico, tan marketiniano, que piensa y ejecuta por ti. El botón maldito del lo quiero todo, aquí y ahora, con esa impaciencia y esa aceleración que todo lo malogra.

Hemos sabido mirar y ver el mundo, hemos sabido seguirlo con el dedo, redibujarlo y renombrarlo, saber como se relaciona cada cosa con la de al lado, con la luz y con su entorno y cada entorno con el todo. Así aprendimos también aquello del todo está en todo tan apreciado por los místicos, por los naturalistas y los ecologistas, y tan bien dictado por Leonardo da Vinci:

Tutti i corpi insieme e ciascuno per sé empie al circunstante aria d´infinite sua similitudine, le quali son tutte per tutta e tutte ne la parte, portando con loro la qualità del corpo, colore e figura della loro cagione". (Cod. A, f. 2v).
Todos los cuerpos juntos y cada uno por sí llenan el aire de infinitas semejanzas suyas, las cuales están todas en todo y todas en la parte, llenando con ellas la cualidad del cuerpo, color y figura de su causa.

Hemos sido enormemente privilegiados. El oficio nos ha enseñado a distinguir más colores, a descubrir más matices, a desentrañar más relaciones, y relacionar es crear. Hemos podido presenciar, desde un lugar de privilegio, el deslumbrante desbordamiento de belleza con que se muestra la naturaleza, y creo, que, de alguna manera, un día debimos aceptar el trueque por permitirnos asistir a tan magnífico espectáculo, y como dibujantes debimos asentir y asumir el pago, y como hombres lo cumplimos.

Aunque mi hermano Isi no me hubiera permitido comparación alguna con el gran Hokusai, algo o mucho de la actitud y conocimiento que deja traslucir el texto de comienzo, guió su última media vida. Aún en su último año hacía y regalaba dibujos de sus compañeros de quimioterapia; también dibujaba nubes y cielos.

Si al final de tus días alguien te llama maestro, todos tus esfuerzos, toda tu perseverancia, tus carencias, apartamientos y soledades, sin duda, habrán merecido la pena.

Mi hermano Isidoro González-Ádalid falleció el pasado mes de noviembre a los 65 años.
Va por ti, maestro.




Luis G. Adalid